miércoles, 24 de febrero de 2016

¿Febrero estresante?

     El momento del regreso a la rutina después de las vacaciones ha sido descripto y estudiado por la psicología.
     Aunque socialmente suele pasar desapercibido -debido a que pocos se animan a decir que se sienten cansados en el comienzo del año y a la vuelta de las vacaciones- para muchas personas febrero es un mes estresante. 
      A diferencia de fin de año, en que la gente reconoce y comparte socialmente su alto nivel de estrés, en febrero frecuentemente la angustia y el desánimo se experimentan en forma individual, sin exteriorizaciones.
      Mientras diciembre es sinónimo de etapas que se cierran, de balances y de hechos consumados, éste es un mes de transición, de posibilidades que se abren y de incertidumbres. Hay expectativas, ansiedad, cansancio y los famosos “pendientes” que hay que resolver…
      Febrero suele resultar un “mes corto”, no sólo porque tiene menos cantidad de días, sino también porque en un pequeño lapso de tiempo hay que armar o rearmar una organización familiar, escolar y laboral para todo el año.

      Se regresa con un ritmo diferente. Quienes hicieron vacaciones cortas, contrariamente de los que se piensa, suelen adaptarse mejor que aquellos que tuvieron largas vacaciones porque no hicieron un cambio brusco.
      Para los estudiantes este mes es, en general, sinónimo de exámenes pendientes, libros y estudio; para las familias con niños o adolescentes es tiempo de preparativos escolares y la puesta en marcha de la casa; para los trabajadores representa la vuelta a las rutinas laborales…
      Además hay que agregar las condiciones climáticas -con elevadas temperaturas, baja presión y alta humedad- que suelen aumentar el malhumor y el estado de crispación.

     Febrero representa la transición entre un período marcado por las vacaciones y el descanso, y otro dominado por la vuelta a las actividades “rutinarias” (laborales, académicas, hogareñas), implicando una exigencia adaptativa que requiere un esfuerzo adicional por parte del sujeto. Cuando en esta transición el proceso de adaptación fracasa -porque los recursos de afrontamiento de la persona son insuficientes o inadecuados- se produce el llamado síndrome postvacacional.
     Se trata de un estado de malestar general que puede presentarse de diversas formas, con síntomas tanto psíquicos como físicos: cansancio generalizado, falta de sueño, dolores misculares, falta de apetito, dificultades de concentración, irritabilidad, desánimo, tristeza, ansiedad, falta de interés…
      Sería importante tener en cuenta algunas de estas “sugerencias” que pueden ayudar a transitar mejor este período de transición:
-No alargar las vacaciones hasta el día anterior de empezar con las rutinas laborales, académicas y/o familiares, para que la adaptación sea más paulatina.
-Realizar una planificación laboral y académica con logros realistas, poniéndose metas a corto plazo.
-Abordar las actividades progresivamente, dedicando un tiempo para analizar las tareas a realizar, priorizando las más importantes y urgentes y comenzando por las más sencillas y placenteras.
-Planificar un descanso próximo.
-Regularizar los ritmos de sueño, evitando las siestas en los primeros días y procurando ocho horas de sueño reparador durante la noche.
-Moderar el consumo de alcohol y cafeína. Mientras que el alcohol es un depresor del sistema nervioso central que puede agravar los síntomas de apatía, depresión y astenia provocados por el síndrome postvacacional, la cafeína agudiza los síntomas de estrés.
-Realizar actividad física. Además de ayudar a liberar endorfinas (que nos hacen sentir más relajados y optimistas), la actividad física hace posible que nuestra mente se libere del estrés al concentrarse en la ejecución de la actividad.
-“Cortar” con los pensamientos recurrentes, los cuales dan vuelta en la cabeza una y otra vez incrementando la ansiedad y la sensación de falta de control. Por ejemplo, puede recurrirse a dar un paseo por la calle, realizar una actividad placentera o escuchar la música favorita.
-Poner límites y aprender a decir “no”. Cada cosa a su tiempo, frenando la impaciencia y la peticiones o exigencias de cualquier tipo diciendo que no.
-Tener en cuenta que el síndrome postvacacional es pasajero, siendo cuestión de actitud y de tiempo.
-Si después de un cierto tiempo (dos o tres semanas), el malestar subsiste, es recomendable consultar con un profesional.

                                                                                                    -Lic. Marcelo A. Bragiola-