Durante estos días parecen
haber recrudecido mensajes discriminatorios vertidos por supuestos “buenos
periodistas” y políticos de baja monta, desde el prejuicio y un profundo
desconocimiento intelectual.
A partir de esto y después de
haber leído una encuesta sobre discriminación realizada por la UNICEF decidí
escribir este artículo, ya que es un tema que me preocupa no sólo como psicólogo
y docente, sino también como argentino.
Según la encuesta hecha entre
900 chicos de entre 13 y 18 años de diversos centros urbanos de nuestro país el
lugar donde más se discrimina es en la
escuela. Le sigue la calle.
El aspecto físico es el principal motivo de discriminación, que incluye el tamaño y el peso, es decir, “ser gordo”. También el color de la piel, que se relaciona con la nacionalidad. El
20 % de los encuestados justifica la discriminación porque “no todos somos
iguales”.
Según el diccionario el
origen del término discriminar se remonta al vocablo latino “cernere”, cuyo significado original era “separar”, “distinguir”. Pero
si atendemos a las palabras por su sola etimología podemos equivocar el camino
a la hora de tratar de entender su significado en relación a una conducta
personal o social.
Aunque parezca paradójico
podríamos hablar de la discriminación desde dos puntos de vista:
-En sentido positivo, ya que supone discernimiento, diferenciación,
reconocimiento y aceptación. Se trata de la capacidad para identificar las
cualidades y reconocer las diferencias entre las cosas, objetos o personas
(actividad propia del proceso mental). Esto nos permite notar una diferencia
entre una cosa y otra.
-En sentido negativo, que es el tema principal de este artículo.
Consiste en dar un trato de inferioridad a una persona o grupo por motivos físicos,
raciales o étnicos, sexuales, socio-económicos, estéticos, por edad o por
enfermedad. Surge cuando uno hace sentir mal a un otro, alguien que se arroga
el derecho de hacerle sentir a otro que es diferente, que está en un nivel de
inferioridad.
Entre la discriminación en
sentido positivo y la discriminación en sentido negativo existe una relación
inversamente proporcional. Cuanta mayor capacidad para discriminar- en el
sentido positivo o simbólico- tenga el sujeto, más preservado estará de llevar
adelante acciones discriminatorias en el sentido negativo o injusto.
Correlativamente será el sujeto con escasa capacidad de discernimiento el que
más fácilmente caerá preso en la lógica de la discriminación social. Si la
visión del diferente lo descompensa al punto del odio o lo repulsa, es
justamente por su escasa capacidad para discriminar. Al ser pobre para las
distinciones finas, la presencia del semejante siempre lo excede en
complejidad, despertando en él un renovado apetito paranoide.
La discriminación como hecho
social necesita resaltar una diferencia o
marca específica del colectivo discriminado. La relación entre las diferencias
se puede plantear de forma competitiva
o agresiva-defensiva.
En el proceso de
discriminación la relación es desigual:
un polo domina al otro. Esto se
traduce en actitudes y prácticas discriminatorias.
En el trato igualitario, como opción alternativa, se resaltan las coincidencias dentro de la diversidad.
La relación entre las diferencias se plantea como complementariedad o, al menos, desde la tolerancia. La competencia se puede dar desde la igualdad de oportunidades y de poder entre
las partes.
La problemática de este tipo
de discriminación fue estudiada por Freud, quien habló del “narcisismo de las pequeñas diferencias” (en Moisés y la religión
monoteísta), relacionando esto con la agresividad
constitucional en el ser humano.
Además de esta inclinación
agresiva influyen las condiciones
históricas que moldean la aparición de la discriminación en distintas
épocas, resaltando ciertos aspectos más que otros. Por ejemplo, en la Argentina
actual la discapacidad o la homosexualidad, dos clásicos motivos de
discriminación, ya no parecen estar entre los temas que más se estigmatizan o
agreden (o al menos esa es la percepción que tienen los jóvenes encuestados),
aún cuando algunos grupos quasi medievales sigan intentando hacerlo.
En cambio se sobrevalora la apariencia y la belleza física. La
delgadez es tomada como un valor supremo. Así el obeso es visto como aquello a
lo que se tiene miedo y no se quiere ser. La gente tiende a pensar que “está
así porque quiere”, “no tiene voluntad” o “no quiere adelgazar”. Se ve al obeso
como alguien carente de voluntad y compromiso, un prejuicio incierto e
infundado.
¿Por qué la escuela es el
ámbito donde más se discrimina según esta encuesta? La escuela es el lugar
donde los chicos están la mayor parte del tiempo y, además, allí están entre
pares. Aquellos que se suponen más fuertes proyectan sus propias inferioridades
a quienes consideran más débiles. Allí aparecen los "gordos".
Si bien éste es el ámbito
donde más se dan estas situaciones, los comentarios o las ideas no surgen allí
sino en las casas. Frases, ideas y posturas sobre estos temas nacen en el
hogar.
¿Cómo se revierte una
situación tan arraigada culturalmente? Ese podría ser tema para otro artículo,
pero sería bueno que pudiéramos ir dialogando en casa y en la escuela sobre
estas cuestiones. La salud implica también diálogo, apertura, aceptación de las
diferencias, flexibilidad, integración, inclusión…
Lic. Marcelo Bragiola