La violencia en sus
diferentes manifestaciones es un tema que atraviesa a toda la sociedad. Tanto
las mujeres como los varones suelen ser objeto de violencia, aunque la
situación de subordinación social de la mujer favorece que ésta se transforme
con mucha mayor frecuencia en la destinataria de violencias estructurales y
coyunturales.
En nuestro país, como en el
resto de América Latina y gran parte del mundo, existe un incremento notable de
la violencia contra las mujeres, fundamentalmente en el interior de la familia
o la convivencia. Diversas investigaciones coinciden en afirmar que, en la
violencia conyugal, el 75 % de las víctimas son mujeres, el 23 % de esa
violencia se produce entre cónyugues (violencia cruzada) y el 2 % lo representa
la violencia hacia los varones.
La palabra “violencia” deriva
del latín “vis” que significa “fuerza”.
“Violentar” significa ejercer
violencia sobre alguien para vencer su resistencia, forzarlo de cualquier
manera a hacer lo que no quiere.
La violencia de género excede
el uso de la fuerza física, ya que comprende también otras formas ejercidas por
imposición social o presión psicológica (violencia emocional, invisible,
simbólica, económica) cuyos efectos pueden producir tanto o más daño que la
acción física. Abarca todos los actos mediante los cuales se discrimina,
ignora, somete y subordina a las mujeres en los diferentes aspectos de su
existencia. Es todo ataque material y simbólico que afecta su libertad,
dignidad, seguridad, intimidad e integridad moral y/o física.
La característica central de
la violencia, sobre todo en la violencia sistemática, es que arrasa con la
subjetividad (es decir, con aquello que nos constituye como personas).
El varón que ejerce volencia
contra la mujer frecuentemente proyecta contra ella sus propios miedos e
inseguridades, viendo en ella los sentimientos que no puede aceptar como
propios. Esta proyección garantizará que quede bien claro quién es el hombre y quién es la mujer dentro de la pareja.
La dependencia del hombre
respecto de la mujer es fundamental. Ella es un objeto erótico que puede ser
dominado y despreciado, pero del cual no se puede prescindir.
Este hombre no puede
reemplazar los hechos violentos con la reflexión y la palabra mediadora que le
permitirían un control intencional de sus actos. No puede preguntarse, en vez
de actuar: “¿Qué me está pasando?”, “¿Qué puede sentir ella?”, “¿Cómo me puedo sentir yo después de
maltratar?”.
Su víctima no es sólo la
destinataria de la agresión, sino también quien le permite satisfacer el
narcisismo de su fuerza física y su poder.
Por otro lado, las relaciones de género
evidencian que varones y mujeres no tienen una posición igualitaria en la vida
cotidiana, sino que esas relaciones son organizadas como formas variables de
dominación.
La lógica binaria genérica
hombre-mujer, sujeto-objeto, activo-pasivo, acentúa una rígida y estereotipada
oposición entre los sexos que genera relaciones asimétricas, no recíprocas ni
igualitarias. La dominación empieza entonces con el intento de negar las
diferencias, constituyendo una forma alienada de diferenciación.
En los vínculos familiares o
de pareja será necesario el reconocimiento de que el o los otros son diferentes
de uno. Cuando no se registra al otro como otro sino que se intenta negarlo
como persona diferenciada, podemos decir que puede iniciarse un circuito de violencia. Éste mostrará el
despliegue de la lógica sujeto-objeto, que es la estructura complementaria
básica para la dominación.
A través de los abusos de
poder el hombre violento intentará organizar la vida familiar y/o de pareja,
disciplinar las subjetividades y estipular cuáles son las percepciones que cada
uno debe tener de la realidad.
Los celos constituyen un fenómeno ligado a la necesidad del hombre
violento de controlar todo lo que piensa y hace su pareja. El celoso tratará de evitar
cualquier tipo de relación con familiares y amigos que pueda poner en peligro
la exclusividad del vínculo que desea.
“Si ella me quiere a mí, no puede (no debe) querer a
otro/s”. La contradicción que aquí se
expresa consiste en que si la mujer valora otros vínculos diferentes al que
mantiene con él será a costa de excluirlo. Esta interpretación proviene de
poner en marcha una lógica excluyente: “O
yo o los otros”, en vez de acceder a una lógica de diversidad: “Yo y los otros” (“El interés por otros no significa que no se interese por mí”).
Un sentimiento que suele acompañar a
estas manifestaciones de violencia es el odio. El odio, como pulsión, es la
expresión de un intenso rechazo a quien provoca un aumento intolerable de la
tensión psíquica, buscando a través de ese sentimiento someterlo y anular su
individualidad.
El hombre violento no puede
encontrar otras formas de neutralizar la tensión psíquica que no sea
maltratando.
No puede ejercer un control
intencional para dominar o aplazar la satisfacción inmediata que le produce el
deseo de maltratar.
Por supuesto que en toda esta problemática falta abordar cuál es el papel de aquellas mujeres que forman parte de este tipo de relaciones y que, en muchas ocasiones, repiten... Esto quedará para otro artículo... Claro que es posible cambiar esta realidad...
Para finalizar este tema -que por su importancia y complejidad excede lo dicho aquí- cerraré con la consigna y propuesta de movilización en el día de hoy...
Lic. Marcelo A. Bragiola
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