Si tenemos que pensar en la alimentación como una conducta alimentaria deberíamos pensar en el acto de comer, considerándolo como un acto cultural y fisiológico de supervivencia y de placer, pero también un aspecto característico de la vida familiar.
La alimentación constituye la primera experiencia del vínculo afectivo, es decir, que es la primera experiencia de amor con la madre, modelo de lo que será posteriormente el tipo de vínculo que el sujeto será capaz de establecer con los demás a lo largo de su vida. Por esa razón las primeras experiencias alimentarias, incorporadas por las vivencias de gratificación y/o frustración, se incorporan desde ese vínculo primitivo con esa madre.
La madre es para los niños el ser de quien más dependen. Por esto -y por ser la primera persona con quien se vinculan- es vivida como una figura poderosa de quien necesitan todo, sintiendo que es quien comprende y traduce todas sus necesidades: el hambre, el frío, el dolor, el miedo, la protección...
Por su parte, para saciar esas necesidades, la madre intenta cubrir esas demandas del niño -que muchas veces son un enigma para ella. De acuerdo a sus aciertos y errores también ella se gratifica o se frustra -generándose frecuentemente la consiguiente angustia en ambos- hasta el aprendizaje del código de vínculo que entre ellos se establece para el logro del “equilibrio” (entre las necesidades del niño y las posibilidades de satisfacción de parte de la madre).
Si bien el acto de succionar está biológicamente implícito en el bebé, el acompañarlo en ese aprendizaje depende de la paciencia y tolerancia que la madre empeñe para que él pueda disfrutar placenteramente del acto de alimentarse, respetando la modalidad y los tiempos individuales que cada niño tenga. Esa actitud de acompañamiento, tolerancia y espera en el tiempo de alimentar al bebé es la que lleva implícito el amor, ese sentimiento que de este modo imprime junto con el alimento en el niño, esa vivencia del amor que marcará definitivamente en el niño para toda la vida la modalidad de vínculo y sentimiento que también él tenga en el dar en relación a los demás.
Si, por el contrario, en ese primer vínculo con la madre se producen trastornos, se incorpora la experiencia de insatisfacción o de frustración que muchas veces va ligada con sentimientos de rechazo y de temor a ser abandonado por ella, pues es privado del sentimiento del placer de recibir, del acto espontáneo del dar implícito en una madre que ama.
La internalización a través de las acciones que rodean al alimento en ese vínculo madre-hijo constituye un factor muy importante –aunque no el único- que puede llevar a diversos trastornos tales como la obesidad, la anorexia y la bulimia, los cuales generalmente “se desencadenan” en la adolescencia. Por ello es fundamental abordar cualquier problemática alimentaria teniendo en cuenta el contexto familiar.
Las condiciones afectivas con las que el sujeto aprendió a comer están sumamente relacionadas con las pautas de convivencia con las que crecerá, con su forma de vincularse con el mundo.
Cabe aclarar que cuando hablamos de la relación madre-bebé nos referimos fundamentalmente a la calidad de dicho vínculo, el cual trasciende el hecho de que la madre lo amamante o no –teniendo en cuenta que muchas de ellas no pueden hacerlo por diferentes motivos. Lo que realmente cuenta es el modo en el que ella se comunica con él.
Lic. Marcelo A. Bragiola