Durante mucho
tiempo el tabaquismo fue considerado un “mal hábito”, entendiéndolo simplemente
como una costumbre adquirida y no una enfermedad.
Sin embargo, se llegó a la conclusión de que
se trata de una adicción como en el caso
de cualquier otra droga. Su consumo es legal y aceptado universalmente, por lo
que resulta la droga de abuso más difundida del mundo.
Es la única epidemia promovida y publicitada mediante todas las técnicas posibles de la propaganda y a través de todos los medios de comunicación masivos.
Es la principal causante de enfermedades y de
muerte prevenible a nivel mundial.
Cada 8 segundos muere una persona en el mundo por tabaquismo. En Argentina
se considera que hay entre 8 y 10.000.000 de fumadores y fallecen aproximadamente 40.000 personas por causas vinculadas con el
tabaco, principalmente afecciones cardiovasculares, cancerígenas y
respiratorias. De esas personas, 6.000 son fumadores pasivos.
A pesar de estos datos
irrefutables, los intereses económicos de las grandes empresas tabacaleras
–unidas a intereses políticos- han intentado impedir la implementación de leyes
que protegieran a la población de esta droga.
Recién en 1992 el Congreso
sancionó una norma que prohibía la publicidad y la venta de cigarrillos a
menores y restringía los lugares en los que se podía fumar.
Aquella ley fue
finalmente vetada por el presidente Carlos Menem porque “se perjudicaba a las economías de las provincias tabacaleras”.
Posteriormente se fueron
sancionando diferentes normas en algunas provincias y en la Capital Federal ,
pero hubo que esperar hasta junio del 2011 para tener la Ley Nacional
Antitabaco. En noviembre del mismo año en
la ciudad de Buenos Aires se promulgó una ley
que prohíbe fumar en todos los espacios públicos cerrados, terminando con
las excepciones que permitían hacerlo en determinados sectores.
Estas leyes tienen una
importancia fundamental para la protección de la salud de la población, pero
por sí solas no terminan con este problema. Son necesarias pero no suficientes,
ya que consideramos al tabaquismo como una enfermedad crónica y recurrente
sustentada en una triple dependencia:
física, psicológica y social. Las normas legales sólo influyen sobre el ámbito social.
Cuando
hablamos de dependencia física nos
referimos al efecto químico de la nicotina
que actúa sobre ciertos neurotransmisores (como la dopamina y la norepinefrina)
que producen la necesidad de fumar y el tan temido síndrome de abstinencia.
Recordemos que la nicotina es tan adictiva como la cocaína y la heroína. Hoy en día
existen fármacos avalados científicamente que reducen los síntomas de la
abstinencia, como es el caso del bupropión o la vareniclina.
La dependencia psicológica se produce a
través de un comportamiento aprendido. Poco a poco el cigarrillo se va
incorporando a la personalidad del fumador formando parte de sus gestos,
costumbres y auto-imagen, haciendo del “fumar” un estilo propio de vida. Para
muchos fumadores, renunciar al tabaco es perder identidad. Para superarla es
necesario conseguir un cambio interno en la relación con el tabaco, entendiendo
qué lugar singular ocupa el cigarrillo en la vida de cada fumador.
Teniendo en cuenta que se trata de una adicción –prevenible, controlable y
tratable- es posible acudir a un tratamiento
de cesación tabáquica para poder trabajar los aspectos químicos y
psicológicos. Sólo es cuestión de proponérselo.
En Vientos de Salud pensamos que el dejar de fumar, al igual que la
alimentación saludable, la actividad física y el desarrollo personal contribuyen a una mejor calidad de vida. Consideramos
que sería muy bueno que aquellos que fuman y desean tener una vida más plena y saludable
intenten reflexionar sobre estos temas y se animen a decir “¡Chau cigarrillo!”.
Lic. Marcelo Bragiola
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