Cuando hablamos de un límite
desde el punto de vista geográfico, decimos que se trata de “una línea
convencional que separa dos territorios contiguos...”.
Si lo tomamos desde lo
psicológico decimos que el límite implica la posibilidad de discriminar, de
separar, de diferenciar.
Podríamos
considerarlo como un borde, una muralla de contención que evita la caída al
vacío.
El límite organiza, ordena,
permite, sirve como referencia o marco...
En muchas
patologías -como en el caso de las adicciones y los trastornos de alimentación- se ponen en evidencia problemas en relación a la ley y los límites a nivel
personal y familiar.
La ley implica el “no todo”, “todo no se puede”, e instaura “lo
no permitido” y “lo permitido”.
Su instauración e
internalización no se producen de
un día al otro, sino que implican un largo proceso que comienza con las primeras experiencias infantiles, donde las figuras de mamá y
papá -o sus sustitutos- son fundamentales.
La
primera relación del niño que llega al mundo es con su madre, quien juega un papel
de “amparo”, de garantía de su integridad. Cuando el bebé es comprendido en
sus necesidades y siente que recibe aquello que lo satisface, se gesta en él un
sentimiento de confianza.
La presencia del padre es fundamental. Su
función principal consiste en personificar
la Ley, que pone límites.
Promueve la separación e individuación del hijo en relación de la madre. Cuando
satisface adecuadamente las exigencias de su papel, interfiere en la díada
madre-hijo, permitiendo el acceso al mundo simbólico. El símbolo funciona
siempre como “mediador”, como un eslabón entre lo anhelado y la satisfacción. Por
ser mediador, impone una demora por más breve que esta sea. Su
déficit se relaciona con la avidez oral y la necesidad de los adictos de calmar
instantáneamente sus deseos: “¡Ya mismo o
nunca más!”.
Con el paso
del tiempo el niño podrá experimentar su voluntad autónoma y diferenciar así
entre “yo” y “tú”, “lo mío” y “lo tuyo”. Poco a poco se van enmarcando
límites.
¿Qué ocurre
con esto en la adolescencia? La
adolescencia señala un proceso sumamente difícil; es la crisis por excelencia y su resolución va a estar fuertemente condicionado por
lo resuelto en los primeros años de vida. Atravesarlo exitosamente no depende
solamente de la historia del adolescente, sino también de la interacción entre
los miembros del medio en que vive, especialmente la familia.
Generalmente el
comienzo de los problemas relacionados con las adicciones y los trastornos de
alimentación se da en la adolescencia, donde el entorno familiar presenta características narcisísticas. Se trata de familias que intentan mantener la
aglutinación como ideal de familia. Justamente esto suele evidenciarse en cierta carencia
de límites discriminatorios entre el otro y yo, en la pérdida de la intimidad y en la presencia de roles
desdibujados.
Lo expresado anteriormente no significa que la persona con problemas alimentarios o de adicción posea una “familia tipo” cuya interacción genere necesariamente este tipo de patologías. Sí se puede mencionar una serie de características familiares (como las mencionadas) que se dan en forma frecuente en los hogares donde se han gestado chicos con problemas de este tipo y que también han podido gestar otros que no lo son. Además, hay que recordar que intervienen numerosos factores, ya que hay una multicausalidad en el origen de estos trastornos.
En
el tratamiento de pacientes con problemas relacionados con trastornos de la
alimentación o adicciones es muy importante trabajar sobre estas temáticas, con
un abordaje no sólo individual sino también familiar. Con una terapia adecuada es posible superar estos trastornos.
Lic.
Marcelo Bragiola
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