miércoles, 11 de junio de 2014

La cuestión de los límites en los problemas alimentarios


      Cuando hablamos de un límite desde el punto de vista geográfico, decimos que se trata de “una línea convencional que separa dos territorios contiguos...”.
      Si lo tomamos desde lo psicológico decimos que el límite implica la posibilidad de discriminar, de separar, de diferenciar.
      Podríamos considerarlo como un borde, una muralla de contención que evita la caída al vacío.
      El límite organiza, ordena, permite, sirve como referencia o marco...

      En muchas patologías -como en el caso de las adicciones y los trastornos de alimentación- se ponen en evidencia problemas en relación a la ley y los límites a nivel personal y familiar.
      La ley implica el “no todo”, “todo no se puede”, e instaura “lo no permitido” y “lo permitido”.
      Su instauración e internalización no se producen de un día al otro, sino que implican un largo proceso que comienza con las primeras experiencias infantiles, donde las figuras de mamá y papá -o sus sustitutos- son fundamentales.
      La primera relación del niño que llega al mundo es con su madre, quien juega un papel de “amparo”, de garantía de su integridad. Cuando el bebé es comprendido en sus necesidades y siente que recibe aquello que lo satisface, se gesta en él un sentimiento de confianza.

      La presencia del padre es fundamental. Su función principal consiste en personificar la Ley, que pone límites.
       Promueve la separación e individuación del hijo en relación de la madre. Cuando satisface adecuadamente las exigencias de su papel, interfiere en la díada madre-hijo, permitiendo el acceso al mundo simbólico. El símbolo funciona siempre como “mediador”, como un eslabón entre lo anhelado y la satisfacción. Por ser mediador, impone una demora por más breve que esta sea. Su déficit se relaciona con la avidez oral y la necesidad de los adictos de calmar instantáneamente sus deseos: “¡Ya mismo o nunca más!”.
      Con el paso del tiempo el niño podrá experimentar su voluntad autónoma y diferenciar así entre “yo” y “tú”, “lo mío” y “lo tuyo”. Poco a poco se van enmarcando límites.

      ¿Qué ocurre con esto en la adolescencia? La adolescencia señala un proceso sumamente difícil; es la crisis por excelencia y su resolución va a estar fuertemente condicionado por lo resuelto en los primeros años de vida. Atravesarlo exitosamente no depende solamente de la historia del adolescente, sino también de la interacción entre los miembros del medio en que vive, especialmente la familia.

      Generalmente el comienzo de los problemas relacionados con las adicciones y los trastornos de alimentación se da en la adolescencia, donde el entorno familiar presenta características narcisísticas. Se trata de familias que intentan mantener la aglutinación como ideal de familia. Justamente esto suele evidenciarse en cierta carencia de límites discriminatorios entre el otro y yo, en la pérdida de la intimidad y en la presencia de roles desdibujados.
      Privados de su posibilidad de actuar separados, o huyendo por temor a una relación simbiótica, tienen una fuerte dependencia recíproca.
      
Lo expresado anteriormente no significa que la persona con problemas alimentarios o de adicción posea una “familia tipo” cuya interacción genere necesariamente este tipo de patologías. Sí se puede mencionar una serie de características familiares (como las mencionadas) que se dan en forma frecuente en los hogares donde se han gestado chicos con problemas de este tipo y que también han podido gestar otros que no lo son. Además, hay que recordar que intervienen numerosos factores, ya que hay una multicausalidad en el origen de estos trastornos.

      En el tratamiento de pacientes con problemas relacionados con trastornos de la alimentación o adicciones es muy importante trabajar sobre estas temáticas, con un abordaje no sólo individual sino también familiar. Con una terapia adecuada es posible superar estos trastornos.

Lic. Marcelo Bragiola

No hay comentarios.:

Publicar un comentario