Las fiestas de fin de año
–Nochebuena, Navidad, Año Nuevo- son celebraciones señaladas en el calendario
donde en el imaginario social se entrecruzan sentimientos de bondad y
solidaridad, tradiciones, religión, buena comida, fiestas y regalos.
También es
la época en la que el consumismo devora carteras, billeteras y bolsillos en
tiendas y shoppings.
Es como si -casi mágicamente- por unos días desaparecieran
las luchas políticas, las diferencias sociales, las guerras, la pobreza, los
problemas cotidianos...
Sin embargo, no todas las
personas experimentan estás celebraciones de la misma manera.
Para cada uno las fiestas
poseen un valor simbólico y emocional por estar articuladas a recuerdos,
situaciones, personas o etapas de la vida. Lo mismo ocurre con los alimentos, ya que
prácticamente todo lo que comemos evoca en nosotros una valoración más allá de
lo puramente alimenticio. Además de nutrirnos y protegernos contra las
enfermedades la comida nos ayuda a acercarnos a los demás y a sentirnos parte
de una comunidad y de una cultura, nos representa ante los demás y nos remite a
nuestro pasado tanto reciente como remoto.
Si bien existen asociaciones
más o menos compartidas por la mayoría de la población, hay asociaciones más
individuales ligadas a la subjetividad.
Para la mayoría estas
celebraciones son vividas con la alegría propia de fiestas que suponen
principalmente el reconocimiento de todo lo bueno ocurrido durante el año, los
logros obtenidos, el crecimiento experimentado. Esto hace que el año que
comienza sea esperado con optimismo y pleno de proyectos.
Para muchos la festividad del
Año Nuevo es una época de “excesos”: de grasa, de comida, de alcohol… Se trata
de quienes tienden a festejar comiendo y bebiendo descontroladamente. Aquí se
funden -y hasta confunden- aspectos subjetivos individuales (impulsividad,
tendencias adictivas, carencias afectivas, represión contenida) con otros
relacionados con el contexto cultural en el que se vive (la comida como centro
principal de encuentro, por ejemplo).
Para algunos el fin de año
representa el símbolo de la propia finitud, cayendo en la cuenta que la vida no
es eterna. Esto ocurre principalmente en aquellos que han vivido situaciones de
pérdida significativas y cuyos recuerdos despiertan el dolor que se ha sufrido.
Otros se sienten agobiados
por las exigencias a las que se ven sometidos a fin de año, provocando
sensaciones de ansiedad y estrés.
Más allá de las situaciones
personales de cada uno pensemos que no sólo finaliza un año, sino que lo más
importante es que comienza otro. La principal diferencia que tenemos los seres
humanos respecto a los animales es justamente nuestra capacidad de
simbolización y transformación de la realidad.
Por eso, desde Vientos de
Salud, deseamos y proponemos intentar vivir el comienzo del Nuevo Año con nuevos desafíos que podemos aprovechar
para iniciar –o continuar- cambios,
transformando el “no puedo” (que frecuentemente quiere decir “no estoy
dispuesto al esfuerzo”) por “estoy dispuesto a hacerlo” y “voy a lograrlo”,
valorar los avances y logros en
lugar de lamentar los errores, tomar las dificultades
como un aprendizaje y no sólo como obstáculos, proponerse nuevas metas, reflexionar y transformar el
“querer” en “hacer”… ¡Feliz Año Nuevo… Feliz Nueva Oportunidad!
-Lic. Marcelo A. Bragiola-